El hambre es la sensación que indica la necesidad de alimento.
Fisiológicamente, el hambre está producida por los grandes estímulos que ejercen ciertas sustancias sobre nuestro cerebro. Así, por ejemplo, la hipoglucemia, estimula al hipotálamo lateral y produce estímulos vagares que nos obligan a comer, mientras que los ácidos grasos, la colesterina y la serotonina estimulan al hipotálamo ventromedial y nos producen la sensación contraria del hambre: la saciedad.
En esta situación, se activan los procesos necesarios para la
consecución de alimento: Actividad del sistema dopaminérgico, dota al
sistema nervioso central de una claridad en el pensamiento y en la
percepción del medio (similar a la que la estimulación por drogas pueda
causar), aumentando la neuroactividad. Cuando la fuente de alimento está
localizada, entran en funcionamiento las catecolaminas (en concreto la adrenalina), que dotará al organismo de energías de reserva para poder conseguir la fuente de energía necesaria.
La mayoría de las muertes por hambre se deben a la desnutrición
permanente. Las familias sencillamente no tienen suficientes alimentos
(o tal vez no cuentan con recursos para adquirirlos debido a su carestía). Esto, a su vez, se debe a la extrema pobreza.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estima que unos 920 millones de personas en el mundo sufren de hambre y desnutrición, un 13,2% de la población mundial.